Sí, la retromanía. Todos sabemos
qué es. Nos encantan los videojuegos “antiguos”. ¿Pero qué sucede detrás de todo
este fenómeno que no deja de crecer? Y sobre todo, ¿por qué sucede esto?
Que la nostalgia puede mover a las masas es evidente. Además es un fenómeno para todas las edades. En nuestro “mundillo” en
particular nos encontramos gente que a día de hoy considera a la Playstation 2 una máquina
retro tanto como lo puede ser una Atari 2600 o un 386. El caso
es que el fenómeno existe y no puede ser ignorado.
A nivel económico ha creado un
mercado que factura millones y que ayuda a mantener una boyante industria
dentro del mundo del videojuego actual, pero eso es harina de otro costal y no
es el objetivo de este artículo.
La mayoría de las personas
aficionadas a lo retro en sentido amplio, y en nuestro caso a los retrojuegos, solemos tener un
punto en común: nos gusta disfrutar de un software y un hardware que a
dia de hoy son obsoletos pero que nos hacen sentir una magia y unas sensaciones
que no encontramos en los productos de entretenimiento actuales.
Las grandes corporaciones del entretenimiento lo saben, y han creado durante
los últimos años toda una serie de productos pop para satisfacer la
"necesidad" que tenemos de llenar nuestro espacio de “eso” que nos gusta tanto,
como por ejemplo series tipo Stranger Things, películas como It y videojuegos contemporáneos de aspecto retro.
Este fenómeno se viene dando en
todas las generaciones. Hay un factor psicológico común en todas las personas
cuando se hacen adultas: adquieren responsabilidades y tienen cada vez menos
tiempo para dedicarse a las cosas que les gustan, a la nostalgia. En nuestro caso
en particular, nos encontramos una generación que se encuentra entre los 40 y
60 años actualmente, aunque esto se puede extender a cualquier edad. Esta
generación ha visto el nacimiento de la informática de masas, pasando de los
“mainframes” a los “micros” en un periodo muy corto de tiempo. Una generación que
ha vivido los despertares del consumo sin la saturación y disponibilidad de productos del presente; La
evolución de los videojuegos desde el pixel más sencillo a los gráficos más
inmersivos y realistas que nos podamos imaginar.
Pero repito la pregunta: ¿Qué hace
que sintamos tanta atracción hacia productos que podríamos tachar de simples,
primitivos o toscos? ¿Qué nos pasa por la cabeza cuando jugamos con tantos
emuladores o apretamos los botones de nuestro “gomas” y esperamos con una
devoción reverencial tiempos de carga de cintas que hoy día nos parecerían
absurdos en sistemas actuales? Esto es lo que realmente quiero responder,
partiendo desde una premisa que no deja de ser mi opinión, pura y dura.
Se han escrito ríos de tinta a
nivel psicológico sobre el fenómeno de la nostalgia, y cómo tendemos a rememorar
tiempos pasados con un envoltorio edulcorado que nos ayuda a sentirnos mejor en
el momento presente. La realidad es que cualquier tiempo pasado no fue mejor y
que ese edulcorar todo lo que nos hizo felices en algún momento no es más que
una reconstrucción mental que pretende devolvernos a la actualidad unas
sensaciones que damos por perdidas. Esto en pequeñas dosis no supone el más
mínimo problema, pero en exceso puede desviarnos de la realidad y crear en nuestra cabeza un
mundo desconectado del presente y de un futuro lleno de
posibilidades y de ilusión.
Sin ir más lejos eso es lo que
principalmente hacíamos cuando éramos niños: mirar al futuro, pensar en cómo
serían los ordenadores y los gráficos más avanzados del año “2000” y
maravillarnos con cada uno de los nuevos productos que salían al mercado.
Entrábamos en las guerras de sistemas, que si Nintendo, que si Sega, que si
Gameboy o Gamegear, etc. Curiosamente es lo mismo que hacen hoy las nuevas generaciones. Tienen
sus mentes enfocadas hacia el futuro, y libran sus propias “guerras”: Nintendo
Switch, o Xbox, o Play etc. Seguramente ellos y ellas repetirán nuestros
patrones cuando alcancen los 40 o 50 y recordarán como sistemas retro una Playstation
4 Pro o una Nintendo WiiU, aunque con una intensidad y emoción diferentes.
Las generaciones actuales se
diferencian de la nuestra en que ellos viven en un mundo plenamente integrado
en la sociedad del consumo exacerbado. Dentro de un continuo martilleo de
estímulos donde la inmediatez, la saturación y el ruido incesantes nunca llenan
un estómago eternamente ávido de nuevos productos para consumir. Basta con
comparar el acceso que tiene hoy un adolescente medio a la industria del
entretenimiento, con habitaciones repletas de videojuegos y videoconsolas, de
música y cine sin fin. En mi caso recuerdo que allá por el año 1993 yo era el
orgulloso dueño de tan solo 3 videojuegos originales y de unos 6 o 7
“piratillas” que me había pasado un vecino cual jefe del hampa en el mercado
negro de posguerra. El cine se reducía a una o dos películas de VHS del
videoclub que cogíamos el viernes tras
pasear por los pasillos mirando las carátulas sabiendo que el estreno de turno
tenía todas las copias alquiladas.
Y aquí es donde hemos llegado al
meollo de la cuestión, amigos y amigas. Nuestra generación dejó de mirar a un
futuro que se nos escapó de las manos como el agua entre los dedos, y como bien
decía el componente un conocido grupo de música de los años 70
“Thefuturecaughtus up and wedidnotevennoticeit” algo así como que el futuro nos
pilló sin darnos cuenta.
Esto no nos hace especiales, ni
mucho menos nos hace diferentes, ni nos crea un halo de exclusividad. Pero
es algo que forma parte de nuestro “locus” más interno y profundo. Esos juegos
nos hacen rememorar una época donde no teníamos responsabilidades, donde cada
momento nos maravillaba y nos podíamos quedar embelesados ante el más mínimo
avance tecnológico, por muy simple que este fuese. Juegos que nos permitían
dejar volar la imaginación, donde un píxel cuadrado monocromo era para nuestra
mente un guerrero con su espada presta a derrotar al dragón más malvado.
Soñábamos con ser los flamantes dueños de un Pc o una Neogeo, y en el proceso
nos conformábamos con diez minutos en el Amstrad CPC-464 del vecino, mientras
mirábamos con ojos maravillados nuestros primeros relojes digitales y sus “bip
bip” del cronómetro y la alarma, o los más afortunados toqueteando los botones
de su game and watch de Donkey Kong que había caído como regalo de comunión.
Sí, compis. Convertirnos en adultos,
alcanzar la independencia económica y andar “cortos” de tiempo hace que
nuestros esquemas mentales busquen continuamente unos tiempos
donde todo giraba alrededor de nosotros, donde la curiosidad y la imaginación
formaban parte del día a día, lejos de hipotecas, bancos, atascos y broncas con
el jefe o jefa de turno, donde las tardes después del cole se llenaban de pan
con chocolate y colacao, media horita de bola de dragón y esas habitaciones
parcas en juguetes y videojuegos pero repletas de ilusión e imaginación.
Rayos…ya me he vuelto a dejar llevar…no tengo remedio.